sábado, 6 de agosto de 2011

EL TRATADO DE LA REINTEGRACION DE LOS SERES, DE MARTINES DE PASQUALLY



EL TRATADO DE LA REINTEGRACION
DE LOS SERES

Capitulo tomado de la obra,
 “El Martinismo Tradicional”,  cuyo autor es
J. F. Ferro

        El nombre original de la obra era “La Reintegración y la Reconciliación de todo ser espiritual creado, con sus primeras virtudes, fuerzas y potencias en la alegría personal que todo ser gozará distintamente (individualmente) en la presencia del Creador”. Este largo título daba un somero esbozo de las doctrinas básicas de la teurgia de Martines de Pasqually. Posteriormente ese título fue cambiado por el “Tratado de la Reintegración de los Seres en sus Primeras Propiedades, Virtudes y Potencias Espirituales y Divinas”, que enunciaba también los propósitos de la Teurgia de don Martines.
        
Según las doctrinas expuestas en el Tratado, toda la historia de la humanidad y en particular la del pueblo judío, se explicaría por dos hechos fundamentales: las consecuencias del “Pecado Original” y la división fundamental del género humano en dos clases distintas, la de los Réprobos y la de los Elegidos.

        Dios habría emanado a Adán para que fuese el guardián de la prisión donde habían sido encerrados los ángeles rebeldes. Tal prisión era el mundo material creado a tal efecto. Adán, revestido de una forma “gloriosa” (luminosa), tenía bajo sus órdenes los espíritus de rango más elevado y tenía poder sobre toda la Creación. Pero, seducido por los pérfidos engaños de  los espíritus perversos, se había arrogado derechos propios de Dios tratando de darse una posteridad “espiritual”, es decir, emanar, a su vez, sin la cooperación divina, seres semejantes a sí mismo. El castigo de esta falta fue doble: la temeraria empresa no produjo más que una forma material, “Hewa” (Eva). Aprisionado también en un cuerpo de materia, Adán tuvo que habitar sobre la tierra, viviendo “en privación” desde ese momento, es decir, cortada toda comunicación directa con Dios. Así, estuvo expuesto a las emboscadas y a los ataques de los malos espíritus que antes dominara.

        La humanidad surgió de las relaciones que Adán caído mantuvo con “Hewa” pero la suerte de los hombres, en la vida futura, cualquiera sea la raza a que pertenezcan, será muy diferente según ellos desciendan de Caín o de Seth. La posteridad del primero está condenada a permanecer eternamente “en privación”; la del segundo puede esperar una “reconciliación” que la pondrá, luego de las pruebas de este mundo y las de las esferas superiores, en contacto con Dios y con quien se unirá “al final de los tiempos”.

        El origen divino del Primer Hombre le había otorgado un carácter indeleble que la Caída, aunque lo había convertido en un “Menor”, no había podido borrar completamente. Ante el arrepentimiento de Adán, el Señor había consentido en manifestarse por su Palabra y a reconciliarse con su criatura. La posteridad de Seth (también llamados los Justos, tales como Noé, Abraham, Jacob, Moisés y profetas como Elías) habían heredado, según el testimonio de los Libros Santos, el privilegio de recibir comunicaciones del Altísimo por el intermedio de los espíritus del mundo celestial y del superceleste quienes se les aparecían y les hablaban en el Nombre del Eterno. El ejemplo de esos “Menores Elegidos” mostraba que, por su intermedio, los “Menores Espirituales” (la posteridad de Seth) podían ser objeto de favores de naturaleza semejante.

        La manifestación de uno de estos espíritus “reconciliadores”, al mismo tiempo que anunciaba la beatitud final, era la condición necesaria de la salvación, pues marcaba al Menor favorecido por la presencia con su “carácter” o sello angélico. La “Reconciliación” era el estado preliminar y obligatorio que precedía a la “Regeneración” que, luego de la muerte física del Menor y del paso sucesivo por las esferas superiores, le daría acceso al mundo superceleste del cual la Caída de Adán lo había exiliado. Según la cosmología de Martines de Pasqually, el mundo “celeste” era aquél en el cual evolucionaban los astros y por lo tanto formaban parte de la Creación material; en tanto, el mundo “superceleste” estaba habitado por los espíritus de más alto rango que vivían en el “Círculo de la Divinidad”.

        Todo hombre deseoso de saber en este mundo cuál sería su destino al abandonar la vida material debía entonces esforzarse para recibir esta prueba cierta de su “reintegración”, al menos parcial, en las “propiedades, virtudes y potencias espirituales y divinas” que habían sido otorgadas, en el principio, al ancestro del género humano.

        El Tratado de la Reintegración de los Seres, escrito a pedido de los “Emulos” (discípulos), quedó inconcluso por el viaje de don Martines de Pasqually a Port-au-Prince (Puerto Príncipe) donde hallaría la muerte. Había desarrollado sus doctrinas basadas en el Antiguo Testamento y todo hace suponer que, de haber seguido viviendo, el Tratado habría abarcado también el esoterismo del Nuevo Testamento. Esta hipótesis aparece apoyada por los hechos que dentro de sus prácticas teúrgicas, el grado más alto, los Cruces+Reales, eran los únicos autorizados a evocar el Cristo Glorioso que reinaba sobre los espíritus de los profetas, patriarcas, santos y ángeles.



Las Operaciones Teúrgicas.

        Pero el Menor Espiritual debía saber que no eran suficientes la devoción más sincera, los ejercicios de piedad más asiduos ni las plegarias más fervientes para obtener la promesa de la salvación. Era necesario merecerla por medio de “penosos trabajos del cuerpo y del espíritu” procediendo a ejecutar ciertas “operaciones”. Con este nombre Martines de Pasqually designaba un conjunto ordenado de rituales cuyos detalles estaban minuciosamente establecidos, pues el Emulo estaba advertido que, buscando ponerse en contacto con el mundo sobrenatural, se exponía a mayores peligros. No solamente los Espíritus Perversos tentaban sin cesar de “aplastarlo” paralizando sus miembros o engañarlo apareciendo con un falso “Cuerpo de Gloria” sino que aún la proximidad de los Espíritus Benignos podían tener consecuencias terribles para la forma corporal del Menor, incapaz de soportar el contacto con el fuego divino del cual los Espíritus tomaban el brillo para hacerse visibles. Por lo tanto era necesario tomar grandes precauciones al respecto y defenderse de los ataques insidiosos o brutales. Por lo tanto, el Operador tenía como objetivo rechazar a los Espíritus Malignos y evocar, bajo medidas de seguridad, a los Espíritus Reconciliadores.

        Contra los primeros, el Operador se servía de un “escudo”, talismán de forma triangular cuyas puntas tornaban sucesivamente hacia el Mediodía, morada de los demonios. También se encerraba dentro de uno o varios círculos trazados con tiza sobre el piso en el que inscribía los nombres y “hieroglifos” de los patriarcas, de los profetas y de los apóstoles unidos al trabajo de contener aún  más al Maligno. Pronunciaba “exconjuraciones” para “ligar, detener y aniquilar en sus abismos de tinieblas” a Satán, Belzebuth, Baram y Leviatán, “poderosos demonios de las cuatro regiones del Universo”, junto con sus legiones diabólicas. Al mismo tiempo, buscaba atraer a los buenos espíritus por medio de fumigaciones balsámicas, de numerosos cirios, de testimonios de respeto e invocaciones propiciatorias. Purificaba los círculos que había trazado con un braserillo con carbones ardientes sobre los que había arrojado incienso; iluminaba los caracteres trazados sobre los círculos con “estrellas” (bujías de cera); con los pies desnudos y prosternado en su totalidad, pronunciaba llamados dirigidos a los Espíritus que habían elegido de entre los nombres de un repertorio de 2400; inscribía los símbolos correspondientes dentro del “Círculo de la Presencia Divina”; finalmente refugiado en el “Círculo de Retiro”, esperaba la manifestación solicitada. Las Operaciones debían ser repetidas tres noches consecutivas en diferentes épocas del año.

        El resultado obtenido era llamado “Paso”, indicando de esa forma que la manifestación era, por naturaleza, extremadamente breve y fugitiva. Por lo tanto, era necesaria la máxima atención para poder percibirla. Los “Pasos” que revelaban la presencia momentánea del Espíritu reconciliador en la Cámara de Operaciones podía impresionar de diferentes formas los sentidos del Emulo: sentía “la carne de gallina por todo el cuerpo”, o escuchaba débiles sonidos; pero, en general, “la manifestación se operaba por la visión”, por la percepción de resplandores y chispas. Para poder percibirlas, el Operador extinguía los cirios y velaba la llama del único candelabro que permanecía encendido hasta el final de la ceremonia. Los resplandores podían ser de diversos colores: “blanco, azul, blanco-rojizo, de color mixto o todo blanco, color de vela de cera blanca”. Pero, de cualquier aspecto que fuesen, estaban considerados como el reflejo de la “forma gloriosa” de un Espíritu que había respondido, con la autorización de Dios, a la invocación de un Menor Espiritual. La forma que ellas adoptaban, igual a alguno de los “hieroglifos” trazados en los círculos, permitían identificar al Espíritu reconciliador y saber entonces a qué rango pertenecía en la jerarquía celeste.

        Por medio de su exégesis esotérica de los textos bíblicos, el Tratado de la Reintegración establecía que el “verdadero Culto Divino” tenia por objeto y justificación el producir “los frutos espirituales provenientes de las operaciones espirituales-temporales”, es decir, hacer aparecer “el Espíritu que el Sabio  sujetaba por la fuerza de su Operación”. Este Culto había sido transmitido por una tradición secreta, ignorada por las religiones públicas, cuyos herederos había sido Abel, Seth, su hijo Henoch, los siete Menores Elegidos de la posteridad de Noé, Jacob y Moisés entre los israelitas, pues Martines de Pasqually colocaba entre los Menores Elegidos a todos los personajes de la Biblia a quienes Jehovah se había manifestado sea por su palabra o por intermedio de sus ángeles. De esta manera, los fenómenos visuales, táctiles o auditivos que se producían en la Cámara de Operaciones eran una forma debilitada de las manifestaciones divinas relatadas en la Biblia. Luego de Job y Moisés, dicha tradición secreta había sido transmitida por una cadena de Superiores Incógnitos de los cuales Martines de Pasqually era el heredero. Los Emulos que recibían su iniciación y sus doctrinas practicaban, bajo su supervisión, el antiguo Culto Divino y constituían el verdadero sacerdocio. El propio nombre de “Cohens (sacerdotes) del Universo” que figuraba en el nombre de la Orden indicaba claramente su dignidad dado que tal palabra era una adaptación de la palabra hebrea “Cohanim” que designaba a la clase sacerdotal más elevada, constituida en Jerusalem para asegurar el servicio divino del Templo. Los “Cohanim”, que tenían a los Levitas a sus órdenes, pasaban por descendientes directos de Aarón y por ello estar en posesión de verdades secretas reveladas a Moisés por el Eterno y comunicada oralmente por éste a su hermano. Así, para obtener frutos de sus Operaciones, cada uno de ellos debía recibir una “ordenación”, pues esa consagración sacramental le confería una virtud especial que lo convertía en un “Muy Poderoso Maestro”. Ese carácter era considerado como indeleble por los Emulos, cualesquiera que pudieran ser sus conductas y sus actos posteriores. Louis Claude de Saint-Martin, por ejemplo, al pasar “a sueño” en la Orden le escribía en estos términos a otro Emulo que permanecía en actividad: “Nosotros permaneceremos para siempre ligados como Cohens y como iniciados”.

        La fraternidad que se establecía entre los Emulos “regularmente ordenados” por medio del sacramento secreto se manifestaba especialmente en el ejercicio de sus funciones sacerdotales. Las solemnes Operaciones debían ser efectuadas exactamente a la misma hora por todos los Cohens ordenados y autorizados. Las Cámaras de Operaciones donde ellos oficiaban podían estar situadas a una gran distancia unas de otras, por ejemplo, en Lyon, París y Bordeaux, pero un sincronismo perfecto era absolutamente necesario para que pudiera actuar o que se llamaba, en el sentido estrictamente etimológico del término, la “cooperación simpática” que, a través del espacio, aportaba a cada uno de los oficiales la ayuda espiritual de todos sus cofrades. Para materializar su ayuda, en cada cámara de Operaciones, uno de los círculos trazados tenía en su interior tantas velas como Muy Poderosos Maestros, corporalmente ausentes, pero presente de intención participaban en el ritual teúrgico.

Cuando los “Sacerdotes del Universo” cumplían sus funciones utilizaban una vestidura especial: túnica, calzas y medias negras, sobre lo cual usaban una robe blanca bordeada en lo bajo por una guarda color rojo fuego de un pie de ancho; las mangas “cortadas en forma de alba” estaban bordeadas de igual forma pero de una ancho de solo medio pie; el cuello poseía una guarda semejante pero de tres dedos de ancho. Sobre la robe se colocaba un collarín, en forma de sotuer, de color azul que pendía del cuello; una banda negra caía del hombro derecho a la cadera izquierda, otra banda de color verde agua atravesaba el pecho y finalmente otra banda roja ceñía la cintura sobre el vientre. Cuando penetraban en la Cámara de Operaciones, no debían llevar sobre ellos nada metálico, “ni aún un alfiler”, y llevando el calzado “en pantufla” para poder quitárselo fácilmente antes de poner el pie dentro de los círculos.

Los Sacerdotes del Universo debían observar una “regla de vida” particular: les estaba prohibido consumir la sangre, la grasa y las entrañas de cualquier animal; tampoco podían ingerir pichones domésticos. No podían librarse a los placeres de los sentidos sin la mayor moderación y estaban sometidos, dos meses al año, a observar un ayuno severo. Debían abstenerse de todo alimento durante las once horas precedentes a las Operaciones.

Los aspirantes no eran admitidos al sacerdocio secreto sino después de un largo noviciado dentro de los grados inferiores.

No solo exteriormente sino esencialmente, la Orden de los Caballeros Elegidos+Sacerdotes del Universo constituía un Rito o Régimen masónico especial derivado, en su estructura, de la Masonería Estuardista jacobita que canalizaba una teurgia  judeo-cristiana. En el pensamiento de Martines de Pasqually, tal vez ella constituía la única y auténtica Masonería de tradición, pues la economía y los efectos del verdadero Culto Divino eran el alma y la substancia del secreto masónico dado que, simbólicamente, el masón era el emblema del Menor Espiritual. Los masones que practicaban los diversos Ritos de la Masonería Especulativa no eran sino masones “apócrifos”. Cuando uno de los tales Hermanos solicitaba ser recibido en uno de los “Templos” (logias) de los Caballeros-Masones Elegidos+Cohens del Universo, en caso de votación favorable, era admitido en la Calase del Pórtico compuesto de tres grados: Aprendiz Elegido-Cohen, Compañero Elegido-Cohen y Maestro Particular. Luego de un estado probatorio en estos tres grados preliminares recibía los tres Altos Grados: Maestro Elegido-Cohen, Gran Maestro-Cohen y Gran Elegido de Zorobabel. Solamente después de haber pasado por estos seis grados, en los cuales aparecían la mayor parte de los símbolos y los ritos utilizados en otros sistemas masónicos pero interpretados según las doctrinas expuestas en el “Tratado de la Reintegración”, era admitido al grado supremo de Reau+Croix con el título de Muy Poderoso Maestro.

Estos complicados rituales teúrgicos tenían por objeto convocar a las jerarquías angélicas, al llamado del Operador, por medio del poder propio de las palabras sagradas de las fórmulas sacramentales y la voluntad del hombre. Los Caballeros Elegidos de Martines de Pasqually ejecutaban tales ritos sagrados al servicio de la más alta Teurgia. La mayor parte de las  prescripciones de los rituales operativos eran usados desde la más remota antigüedad. Por ejemplo, toda Operación comenzaba a media noche en punto; el Muy Poderoso Maestro que deseaba estar “perfectamente en regla” llevaba a la Cámara de Operaciones suelas de corcho en el calzado para protegerse de los fluidos nocivos que pudieran emanar del suelo; los cirios y los incensarios debían ser encendido con “fuego nuevo”, y casi siempre obtenido por medio de una lente que concentraba el calor solar. La Ordenación incluía un “holocausto de expiación” imitando a los sacrificios practicados por los hebreos. También la astrología cumplía un rol importante en las Operaciones: eran de gran importancia al momento en que debían comenzar, luego de cálculos exactos, pues aportaban al Operador al ayuda de un influjo astral favorable. En caso contrario, “los círculos planetarios estaban habitados por seres espirituales malignos que se oponen a las potencias buenas y combaten la acción de los buenos  influjos que los seres espirituales planetarios benignos están encargados de repartir por todo el mundo” y entonces os trabajos del Operador quedarían “sin fruto”. Por este motivo, los trabajos debían tener lugar durante los catorce días siguientes a la Luna Nueva. La “Gran Operación Anual”, en la que participaban todos los Muy Poderosos Maestros y que era, en teoría, la más eficaz, estaba fijada en el equinoxio de primavera justo en el momento en que el sol, reflejo del “fuego divino”, retomaba fuerza y vigor. La ceremonia del Otoño, aunque menos poderosa, era sin embargo superior a los llamados “Trabajos de los Tres Días”.

Según el “Tratado de la Reintegración”, el Cristianismo era la religión universal a la que se convertirían todas la razas de la tierra por ser la heredera de la Ley Divina proclamada por Moisés.

El Esoterismo Cristiano.

        Martines de Pasqually decía “Nuestra Orden está fundada sobre tres, seis y nueve buenos preceptos; los tres primeros son los de Dios; los otros tres son sus Mandamientos (Decálogo) y los tres últimos son los que nosotros profesamos en la Religión Cristiana”.

        Para hablar del fundador d la Iglesia y de su misión utilizaba conceptos que hubieran sido aprobados por los más exigentes doctores de la Sorbona. Con un procedimiento similar al de la apologética, descubría en los relatos de la Biblia alusiones que prefiguraban las enseñanzas del Evangelio, los dogmas de la Iglesia Católica Romana (de la cual era un feligrés practicante) y la llegada del Salvador. Un pasaje del “Tratado de la Reintegración de los Seres” databa expresamente la fundación del Verdadero Culto Divino desde la llegada del Cristo, advenimiento que significaba la culminación de un proceso de Revelaciones progresivas. En una carta a Jean-Baptiste Willermoz, decía: “Cristo ha dicho: cualquier cosa que demandéis en Mi Nombre la obtendréis... Tal es la clave de la Ciencia” (Teúrgica). Por lo tanto, sus Emulos tenían sobrados motivos para considerarlo un doctor en Esoterismo Cristiano, de la “Disciplina Arcani” revelada a sus iniciados por el Dios-Hombre que exorcisaba a los demonios y a quienes obedecían los ángeles.

        Las “Obligaciones Espirituales” o ejercicios prescriptos a los Caballeros Elegidos confirman este punto de vista, pues eran iguales o aún más estrictas que las que practicaban los demás católicos. Los Emulos tenían la orden de leer diariamente el Oficio del Espíritu Santo en el “Petit Livre du Chrétien dans la practique du serviteur de Dieu ou de l’Eglise”; antes de acostarse debían recitar el “Miserere Mei” y el “De Profundis”; durante las tres noches de las Operaciones, los Muy Poderosos Maestros comenzaban sus trabajos recitando los siete Salmos y las Letanías de los Santos. Para dejar bien sentado que su Ministerio era teúrgico y cristiano, Martines de Pasqually había conferido a los Emulos admitidos al grado supremo el título de  Reau+Croix, cuyo primer término recordaba el nombre esotérico que llevaba Adán antes de la Caída cuando comandaba a los ángeles y el segundo aludía al símbolo venerado por todos los cristianos. Según el “Tratado de la Reintegración”, Jesucristo había sido precedido por muchos “Reconciliadores” entre los cuales se mencionan  Henoch, Noé, Melki-Tsedeck, José,Moisés, David, Salomón y Zorobabel.

        Los Caballeros Elegidos estudiaban y asimilaban estas doctrinas con la esperanza de que, unidas a las prácticas teúrgicas, los haría “semejantes a Cristo”. La gran mayoría de los Muy Poderosos Maestros no podrían llegar muy lejos en las vías de la realización efectiva ni en la posesión de los dones preter-naturales que ya tampoco ejercían los ministros del culto público y exotérico. La mejor prueba de ello lo constituía el hecho que, en el clero, ya no se contaban más los exorcistas si no era el título honorario y tal como les reprochaba Louis Claude de Saint-Martin, uno de los más ilustres Caballeros Elegidos, habían “perdido el secreto de la manifestación de todas las maravillas y de todas las luces que debían pertenecer a su ministerio y de las cuales el corazón del hombre tenía una necesidad tan grande”.

        Emile Dermenghem, en su Intruducción a la “Mémoire Inedit de J. De Maistre au duc de Brrunswick”, señala que “los Cohens lioneses no estaban tan lejos de considerarse como los sacerdotes de la verdadera iglesia interior, iniciados en los misterios del Reino de Dios, con más títulos que los simples eclesiásticos incapaces de hacer prodigios, de curar mágicamente a los enfermos y muy ignorantes de los arcanos cabalísticos” . Salvo ciertas impropiedades del lenguaje tales como “curar mágicamente” en lugar de curar en el nombre de Jesús, o de los arcanos “cabalísticos”, la Cábala no tenía un lugar destacado en la Teurgia Crística de Martines de Pasqually, la observación de dicho autor es muy válida en relación con la perspectiva de los Caballeros Elegidos+Sacerdotes del Universo, pues según sus doctrinas la transformación que operaba el sacramento esotérico de la ordenación como Reau+Croix convertía al recipiendario en un ser que poseía una comunicación con Dios aún más directa que la de los sacerdotes de la Iglesia primitiva. Según Martines de Pasqually los Muy Poderosos Maestros Reau+Croix (o mejor quizás, los Grands+Reaux, grado secreto del cual no existe registros) eran ya semejantes a “hombres-dioses creados a semejanza de Dios” inscriptos “en el registro de las Ciencias abierto a los Hombres de Deseo”.

Como se advierte constantemente en las doctrinas teúrgicas de los Caballeros Elegidos, existía una clara conciencia de que ésta no era la verdadera humanidad, sino una criatura caída a consecuencia del pecado, debiendo ser restaurada en su puesto de privilegio en la Creación por medio de las prácticas difíciles y penosas olvidadas por el culto público.

        El deseo de descubrir esas “maravillas” y esas “luces antes mencionadas, tan necesarias “al corazón y al espíritu del hombre”, es decir, las pruebas sensibles de las verdades reveladas que todos buscaban afanosamente en sus Operaciones, indican la naturaleza de la Teurgia practicada y explican el apasionado interés por las doctrinas esotéricas del Gran Soberano. Los iniciados que él dirigía eran adversarios declarados del racionalismo invasor y admitían de entrada la autoridad de las Sagradas Escrituras y los dogmas profesados por la Religión Católica en la cual habían sedo criados y a la que permanecían fielmente ligados; sin embargo, añoraban los dones y los favores que Dios había otorgado a los primeros cristianos, a los Apóstoles y discípulos de Jesús y deseaban restaurar la pureza y el poder  primordial de aquellos.

        Martines de Pasqually hablaba del corazón cuando decían que “el ojo es el órgano de la convicción” afirmando claramente que “los hijos de este siglo se han alejado de todo Conocimiento Divino bajo el pretexto de una fe ciega que les ha hecho perder totalmente la idea de la verdadera fe. La fe sin las obras (las prácticas teúrgicas) no puede ser considerada como la verdadera fe. Los hombre provenientes de la última época de Cristo (después de la última manifestación del Espíritu Reconciliador) no teniendo mas ante sus ojos las manifestaciones divinas que se operaban durante los primeros siglos, han perdido de vista los conocimientos del Gran Culto Divino y como ya no ven perpetuarse los prodigios de la justicia (todopoderosa) del Creador, ya no se encuentra un solo Justo (verdadero creyente) en este siglo”.

        En otros términos, para los Caballeros Elegidos, la verdadera fe se funda en hechos prenaturales y dado que ellos, por la decadencia del ciclo histórico, no se producen más públicamente, es necesario generarlos en la Cámara de Operaciones por medio de un complejo y estricto ritual. Por lo tanto, una Operación Teúrgica es menos un acto de fe, de adoración, de devoción, que una alta práctica de una Ciencia Sagrada. La demostración sensible de los hechos espirituales trascendentes es doblemente preciosa a los ojos del Operador: no solamente su fe ese apoya sobre el testimonio irrecusable de sus sistema nervioso, de sus ojos y sus oídos sino que, por sobre todo, le prueba que pertenece a la clase de los Menores Espirituales y que acaba de recibir el Sello de la Salvación.      



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